Sé que no soy perfecta. Nunca lo he sido. Nadie lo es. Todos tienen sus virtudes y sus defectos. Y, sin embargo, me da la impresión de que, en mi caso, los defectos superan con mucho las virtudes. Ya me he cansado de levantarme cada mañana y odiar la imagen que veo reflejada en el espejo. Me he cansado de que, cuando me examino a mí misma, solo pueda ver lo que hago mal, porque no hay apenas nada que haga bien. Hablo todo el tiempo, pero nunca digo nada realmente importante. No sé escuchar. No sé guardar un secreto, aunque piense que sí. No soy atrevida ni valiente. No soy capaz de hacer nada que conlleve un mínimo esfuerzo. No sé esforzarme por nada, ni siquiera por aquellos a los que más quiero. Y siempre, indefectiblemente, termino siendo una decepción para todos. No hay una sola persona a la que haya conocido, y a la que no le haya fallado; y, si la hay, es cuestión de tiempo que lo haga.
Me gustaría pensar que todo cambia, que es solo una fase, una etapa de inmadurez que se supera con el paso del tiempo. Pero no hay cambio sin esfuerzo, y yo jamás me he esforzado por nada, ni por nadie. Al final, me doy cuenta de que solo hay una cosa que sé hacer, y es pensar en mí misma.
Y, hasta que eso cambie, creedme... Es mejor que no me conozcáis.