miércoles, 6 de febrero de 2013

Un día más.

Alguien había encendido la luz de su habitación. Como siempre, le parecía demasiado pronto; otra noche de insomnio y de pesadillas entremezcladas con sueños extraños de los cuales apenas se acordaba al despertar. Fue hasta el baño y se miró al espejo. Otro granito inoportuno en su frente, haciendo compañía a las inevitables ojeras, dos semicírculos de color morado oscuro que ni siquiera el maquillaje lograba disimular. Se despojó de la camiseta que le servía como pijama y contempló su cuerpo en ropa interior. De nuevo esos tres kilos de más que, al parecer, no podía eliminar. Se pasó la mano por el abdomen, aunque odiaba hacerlo, y consideró, como cada mañana, la posibilidad de hacer más ejercicio. Sin embargo, últimamente le parecía más sencilla la opción de vomitar después de las comidas. Negó con la cabeza, como si quisiera borrar con ese gesto aquellos pensamientos estúpidos. Abrió el grifo de la ducha y conectó su iPod a los altavoces medio rotos que llevaban siglos en el baño, para escuchar música mientras se arreglaba. Who you are, de Jessie J, sonaba de nuevo a todo volumen. Unos golpes en la puerta; cualquiera de sus hermanos pidiendo que bajara el volumen. Decidió ignorarlo mientras tarareaba la letra de la canción, sin importarle el hecho de que no llegaba a la mitad de las notas. 
Salió de la ducha y dedicó unos minutos a tratar de desenredar su pelo enmarañado y húmedo sin demasiado éxito. Se puso unos vaqueros y una camiseta ajustada, pero en el último segundo cambió de opinión al ver su barriga. Dios, cómo la odiaba y cuánto se le notaba con aquella camiseta. Fue a su habitación, cogió una sudadera tres tallas mayores que la suya y se la puso sobre la ropa. Así estaba mejor. Volvió al baño y sacó del neceser un montón de cremas con las que trató de disimular los incontables y pequeños defectos que veía en su piel y en todo su rostro, aunque fue inútil. Una vez más, pasó casi cinco minutos frente al espejo, observándose, analizándose y deseando ser otra chica; una que no necesitara maquillaje para sentirse bien consigo misma. La perfección no existía, ella lo sabía mejor que nadie. Pero no pedía perfección... solo naturalidad. No usar una máscara para poder mostrar su cara a los demás. No usar una coraza para mostrar su personalidad. No sentir, todos los días, que ella misma era su peor enemiga. No sentir ese odio profundo a ser como era.
En realidad, lo único que pedía era sentirse bien. 
Su madre la llamaba a gritos desde la puerta de entrada. Como siempre, impuntual. Con un suspiro, se calzó sus Converse sin tener tiempo siquiera de atarse los cordones, agarró su mochila al vuelo y salió a enfrentarse al nuevo día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario