sábado, 3 de mayo de 2014

03.05.2014

Entiende mis pequeñas manías. Entiende mis defectos. Entiende que pida café para luego dejar que se enfríe en la taza. Entiende que odie la lluvia pegajosa de verano y disfrute con las tormentas de otoño. Entiende que me proponga miles de nuevos objetivos y apenas alcance ninguno. Entiende que odie partes de mí que tú adoras. Entiende que siempre quiera tener la última palabra, con o sin razón. Entiende que no pretendo herir a nadie, tan solo defenderme a mí misma. Entiende que si te niego un beso, no es que no quiera dártelo; quizá es que solo quiero ver si insistes en pedirlo. Entiende que Titanic no logre hacerme llorar, y sin embargo lo consiga una crítica tonta. Entiende que me queje de mi cuerpo mientras ahogo las penas en helado. Entiende que una novela pueda hacerme sentir con más intensidad que una película. Entiende que me obsesione con algo distinto todas las semanas para después dejarlo de lado. Entiende que la música me hable más y mejor que muchas personas, y que por eso siempre llevo los cascos puestos. Entiende que quiera contarte el libro que me estoy leyendo, aunque sepa que no te apetece oírlo. Entiende que me ría en los momentos menos apropiados, o que me quede seria cuando debería reír. Entiende que muchas veces no te entienda.
Entiende que para mí el amor no es eternidad, no es grandeza, no es pasión, ni risas, ni sexo. Entiende que encuentre el amor en los pequeños detalles, en el día a día, en los secretos compartidos, en los abrazos en el momento preciso, en las peleas a gritos que terminan en llanto a las dos de la madrugada y en reconciliación a las tres, en que me sigas cuando me alejo, en que me aleje lento, por si me sigues.
Lo cierto es que no pretendo que me entiendas: me basta con que me quieras.

sábado, 5 de octubre de 2013

Música.

Algunas veces, me siento triste sin saber por qué. Al igual que Holly en sus días rojos, nada me parece bien, nada me consuela; pero yo no tengo un Tiffany's al que ir para que todo mi mundo se calme. Tengo personas, tengo la música, que nunca te da de lado. Aun así, no siempre es suficiente. Las personas que siempre han estado a mi alrededor cambian; cambian sus intereses, sus objetivos, su forma de ser, cambian tanto que parece que ya no las conozca. O quizá quien cambia soy yo, y no me doy cuenta. No intento cambiar, solo trato de ser buena, de ser perfecta o, al menos, de llegar al nivel de los demás. 
Sin embargo, llega ese día rojo en el que me doy cuenta de que, al final, puede que los demás hayan cambiado, pero yo sigo igual. Por un fugaz momento imaginé que era más madura, más lista, que era mejor. No es así; aunque compre ropa nueva, aunque cambie mi peinado o mi forma de hablar, incluso de pensar, sigo siendo la misma que hace un año, que hace dos o diez. 
Algunas veces me digo que tengo el síndrome de Peter Pan, y que no quiero crecer nunca. Tampoco es cierto. Quiero cambiar, mejorar, ¿madurar?
En momentos como esos, cuando no te quedan las personas, ni siquiera te tienes a ti, es cuando te queda la música.

miércoles, 19 de junio de 2013

Early summer.

Poco a poco el frío desaparece de las calles. Los abrigos van a hibernar al fondo del armario, las escuelas cierran sus puertas y los días se alargan. Llega la época del mar, la piscina, los helados, las fiestas, las despreocupaciones y las noches cálidas que no tienen fin. 
Para algunos es tiempo de recordar; para otros, tiempo de olvidar aquello que calentó sus corazones durante el invierno. 
Unos deciden leer todos los libros que no han podido leer durante el curso; otros aparcan por completo los libros y se dedican a la música.
Algunos pasarán tres meses sin apenas salir de la cama; otros llenarán su horario de actividades, viajes y nuevas experiencias.
Para ti y para mí es tiempo de estar juntos. Tiempo de disfrutar, de reír, de pelear hasta la madrugada y de besarnos desde que salga el sol hasta que se esconda. 
Para nosotros es tiempo de amar.

jueves, 7 de marzo de 2013

Estar en una ciudad que no es la mía siempre tiene un algo de romántico, de diferente, que me hace tener ganas de escribir, como si quisiera reventar para convertirme en palabras. Sin embargo, también me sucede a menudo que un halo de nostalgia se instala a mi alrededor y me acompaña durante todos los días que estoy fuera, por muy bien que me lo pase, por una razón que no acierto a comprender del todo. 
Esta tarde, viendo la lluvia cayendo con fuerza sobre la acera, me sentía muy feliz y muy triste a la vez; quizá son cosas de la adolescencia, pero me he puesto a pensar en mi futuro, en lo que quiero hacer con mi vida y en todo lo que puede pasarme. He llegado a la conclusión de que no importa lo que pueda ocurrirme mientras disfrute con lo que haga, pero al mismo tiempo me da miedo no poder llegar a ser todo lo que quiero ser, tanto en el sentido profesional como en el personal. ¿Alcanzaré todos mis objetivos, todas mis metas? ¿Será eso remotamente posible? ¿O dentro de unos años, mirando al pasado, pensaré en todo aquello que quería y, al ver que no lo he logrado, me diré que solo eran tonterías de adolescente? 
Planteándome la felicidad me he preguntado cómo es posible que el simple hecho de ver el casco antiguo de una ciudad en pleno diluvio me haga tan feliz, y cómo un comentario, o una conversación, me hunden hasta el punto de querer acabar con todo. ¿Cómo puede ser que siendo, en principio, los "seres superiores" de este planeta, seamos tan frágiles con ciertas cosas? ¿Cómo podemos quebrarnos con la facilidad de una caña de bambú, moviéndonos a un lado y a otro, a merced del viento, hasta que, inevitablemente, nuestra flexibilidad se resiente y nos rompemos? 
Me gustaría ser una de aquellas personas fuertes. Que no se dejan vencer por nadie, que siempre saben cómo salir adelante y que luchan con todas sus fuerzas por lo que desean, sin que les tienten las comodidades o los sentimientos, porque saben que lo que hacen es lo correcto y lo que les llevará a la felicidad. Me gustaría tener esa sonrisa de seguridad y confianza en sí mismos que tienen algunos y que tanto envidio.
Quizá en un futuro pueda ser así, pero si no empiezo por cambiar el presente, nada podré hacer con el tiempo. Quizá sea mejor empezar a plantearse el futuro desde ahora, para que cuando este se convierta en presente y mire hacia el pasado, vea que tengo lo que quería, y no solo aquello a lo que he podido llegar con facilidad.

viernes, 8 de febrero de 2013

Felicidad.

Me dijeron, hace poco, que estas únicas tres entradas que he escrito, más que para un blog, parecen para una nota de suicidio. Probablemente quien me lo dijo tenía razón. Y, sin embargo, aunque puede que hace unos meses hubiera sido así, lo que escribo solo son reflexiones que pasan por mi cabeza de vez en cuando. 

No fue nada fácil. Tampoco puedo decir que haya tenido una vida dura, sobre todo comparándola con la de muchas personas que conozco; pero ya se sabe que cada uno tiene sus propios problemas, y no por ser menores duelen menos. Pasé unos meses complicados. Supongo que a todos nos ha pasado, sobre todo en la adolescencia, cuando parece que todo se rige por el corazón, en lugar de poner la cabeza. Si no era por un chico, era por mis amigas, o por mi familia, o por mis estudios. Pero parecía que, siempre que algo por fin iba bien, todo lo demás tenía que ir mal. No podía hacer nada para controlarlo, por mucho que me esforzase en cambiar las cosas, todo salía mal. Nada de lo que hiciera era suficiente; yo misma no era suficiente. Sería mucho más fácil mostrar la máscara de siempre, ¿no? La máscara que llevaba desde hacía años, y que siempre me había servido como consuelo cuando los demás me abandonaban. "Bueno, es porque no me conocen realmente". Bonito consuelo, aun sabiendo que lo único que pasaba era que tenía miedo de que me conociesen de verdad y, de nuevo, que eso no fuera suficiente para nadie. No obstante, por alguna razón, últimamente la máscara no funcionaba tan bien como de costumbre. Quería mostrar mi verdadero yo. "¿Y si es mejor? ¿Y si alguien llega a conocerme y entenderme? ¿Y si soy mucho más feliz de lo que soy ahora?" ¿Podría pasar aquello? Era una sucesión de preguntas constante, pero no pasaba jamás del dicho al hecho, por ese simple obstáculo, el obstáculo de siempre: el miedo. El maldito miedo que siempre me consume, el miedo a hacer las cosas mal, el miedo a fallar, el miedo a la imperfección, el miedo al abandono, el miedo a ser feliz para luego ser desgraciada. 
Sea como fuere, al final, todo llega. Nuevos horizontes. Nuevas metas se abren ante ti. Nuevas amistades. Amistades que te fallan y se van, como otras tantas, pero también amistades que, a pesar de todos los fallos, siempre están ahí cuando lo necesitas. Amistades que se convierten en algo más, en algo que sabes que será eterno, pase lo que pase. Y aprendes a confiar. Y cuando ves que otros descubren tu verdadero yo y, lejos de rechazarlo, lo aprecian mucho más de lo que apreciaron tu falsa personalidad, una chispa se enciende. Puede ser esperanza, o un vestigio de la felicidad que te espera. Una felicidad que, efectivamente, no tarda en aparecer. 

Sí, sigues despreciando muchísimas cosas de ti. Sigues despertándote y muchas mañanas odias ser como eres y desearías ser otra persona totalmente distinta. Sigues preguntándote, de vez en cuando, si todo acabará y sufrirás una dolorosa caída. Pero en el fondo sabes que, aunque haya momentos que terminen, aunque haya personas que te fallen, no volverás a ser la persona triste y escondida que una vez fuiste. Porque una mañana te levantarás y verás en el espejo que quien te dijo que tus ojos eran preciosos, tenía razón. Una noche de verano descubrirás el verdadero significado de un te quiero. Un año más tarde, mirando atrás, te darás cuenta de que has aprendido la importancia de la confianza.

Entonces, sabrás que por fin, después de tanto tiempo, eres feliz. 


miércoles, 6 de febrero de 2013

Un día más.

Alguien había encendido la luz de su habitación. Como siempre, le parecía demasiado pronto; otra noche de insomnio y de pesadillas entremezcladas con sueños extraños de los cuales apenas se acordaba al despertar. Fue hasta el baño y se miró al espejo. Otro granito inoportuno en su frente, haciendo compañía a las inevitables ojeras, dos semicírculos de color morado oscuro que ni siquiera el maquillaje lograba disimular. Se despojó de la camiseta que le servía como pijama y contempló su cuerpo en ropa interior. De nuevo esos tres kilos de más que, al parecer, no podía eliminar. Se pasó la mano por el abdomen, aunque odiaba hacerlo, y consideró, como cada mañana, la posibilidad de hacer más ejercicio. Sin embargo, últimamente le parecía más sencilla la opción de vomitar después de las comidas. Negó con la cabeza, como si quisiera borrar con ese gesto aquellos pensamientos estúpidos. Abrió el grifo de la ducha y conectó su iPod a los altavoces medio rotos que llevaban siglos en el baño, para escuchar música mientras se arreglaba. Who you are, de Jessie J, sonaba de nuevo a todo volumen. Unos golpes en la puerta; cualquiera de sus hermanos pidiendo que bajara el volumen. Decidió ignorarlo mientras tarareaba la letra de la canción, sin importarle el hecho de que no llegaba a la mitad de las notas. 
Salió de la ducha y dedicó unos minutos a tratar de desenredar su pelo enmarañado y húmedo sin demasiado éxito. Se puso unos vaqueros y una camiseta ajustada, pero en el último segundo cambió de opinión al ver su barriga. Dios, cómo la odiaba y cuánto se le notaba con aquella camiseta. Fue a su habitación, cogió una sudadera tres tallas mayores que la suya y se la puso sobre la ropa. Así estaba mejor. Volvió al baño y sacó del neceser un montón de cremas con las que trató de disimular los incontables y pequeños defectos que veía en su piel y en todo su rostro, aunque fue inútil. Una vez más, pasó casi cinco minutos frente al espejo, observándose, analizándose y deseando ser otra chica; una que no necesitara maquillaje para sentirse bien consigo misma. La perfección no existía, ella lo sabía mejor que nadie. Pero no pedía perfección... solo naturalidad. No usar una máscara para poder mostrar su cara a los demás. No usar una coraza para mostrar su personalidad. No sentir, todos los días, que ella misma era su peor enemiga. No sentir ese odio profundo a ser como era.
En realidad, lo único que pedía era sentirse bien. 
Su madre la llamaba a gritos desde la puerta de entrada. Como siempre, impuntual. Con un suspiro, se calzó sus Converse sin tener tiempo siquiera de atarse los cordones, agarró su mochila al vuelo y salió a enfrentarse al nuevo día.

sábado, 12 de enero de 2013

Esa coraza rota.


Para bien o para mal, su coraza se había roto hacía ya un tiempo. Antes había pocas cosas capaces de hacerle daño; en realidad, muchas se lo hacían, pero pocas conseguían que mostrara ese dolor a los demás.
Y, sin embargo, de un tiempo a esta parte parecía que todo había cambiado. Ahora no era tan fácil reír cuando tenía ganas de llorar; ahora no siempre era capaz de defenderse con un buen ataque. Los defectos que tanto odiaba, pero en los que antes apenas pensaba, de pronto salían a la luz, y relucían tanto que casi dañaban la vista. Por mucho que intentara cambiarlos, cambiar ella misma, ser una persona mejor e incluso una persona distinta, no lo conseguía nunca. Al final, tras unos días, unas semanas o unos meses, se daba cuenta de que había vuelto a ser la misma; la misma imperfección andante que siempre había sido, y al parecer siempre sería.
Si aquella coraza se hubiera roto cuando estaba sola, todo habría ido mucho peor. Pero se había roto por alguien, y afortunadamente ese alguien seguía a su lado. Aunque, ¿por cuánto tiempo? ¿Y si ese para siempre prometido se quedaba en simple promesa? ¿Y si la rosa que tenía en su escritorio marchitaba, llevándose con ella la historia que guardaba? ¿Qué haría ella entonces? Solo de pensarlo, trataba de volver a imaginarse protegiéndose de todo el mundo, riendo a veces y sin llorar nunca. Pero no podía; ya no era la chica que una vez fue. Seguía siendo ella misma, pero el tiempo y lo ocurrido durante el paso de éste la había cambiado en muchos aspectos. A pesar de todo lo que pudiera pasar, no quería volver a ser la de antes. Quería seguir siendo quien ahora era. Pero por encima de todo quería a esa persona siempre a su lado. Y esa era una promesa que nadie podía hacerle con total seguridad; por eso, suponía, estaba tan asustada.